¿Pero no llega con Google Translate?

En mi vida cotidiana, al presentarme a la gente como traductora profesional, una de las preguntas más frecuentes que me hacen es:

¿Para qué, si tenemos Google Translate?

Google Translate

Ejemplo de mala traducción de englishpanish

Efectivamente, personas de todas las condiciones comparten la idea de que, con el alza de la tecnología cada vez más sofisticada y, especialmente, las herramientas de traducción automática en línea, el papel del traductor profesional se está volviendo obsoleto. Dicho de otro modo, muchos creen que dentro de 50 años no será necesaria la intervención de un humano capacitado para pasar texto de un idioma a otro.

Hasta cierto punto, esas personas tienen razón: la industria de la traducción incorpora los ordenadores y la tecnología cada vez más a sus actividades centrales; por ejemplo, las herramientas inteligentes con la capacidad de «memorizar» vocabulario y frases cortas previamente traducidos. Si el propósito último de su traducción es la simple transferencia de información, para un entendimiento básico y (con suerte) con un sentido vago, entonces sí, quizá Google Translate sea la solución más apropiada. En cambio, si le gustaría que su traducción fluyese de modo natural y coherente en el idioma de destino, que reprodujese el contenido original en otro idioma con precisión y fiabilidad y que evitase los escollos contra los que tantas veces topan las máquinas, sería impensable eliminar la contribución humana de la ecuación. A continuación expongo tres de las muchas razones por las que, en mi opinión, Google Translate no llega para sustituirme a mí o a mis millones de co-profesionales de todo el mundo.

  1. En gran número de casos, Google Translate se utiliza para traducir un texto escrito originalmente en nuestra lengua materna, la cual entendemos a la perfección, a un idioma que no hablamos con fluidez (o, muchas veces, del que no sabemos nada). Este método puede parecer tentador: podemos hacerlo nosotros mismos, gratis y al instante. Sin embargo, el gran fallo de este sistema es que no tenemos absolutamente ningún modo de comprobar la calidad, lógica o idoneidad del texto producido; si nuestra competencia en el idioma de destino deseado es más o menos inexistente, todo lo que podemos hacer es depositar nuestra fe en la máquina y cruzar los dedos: una estrategia bastante arriesgada en la mayoría de las situaciones… ¿Cómo podemos verificar si esos grupos poco familiares de letras o caracteres realmente transmiten lo que queremos decir de la manera en que queremos decirlo? Por otra parte, cuando se trabaja con un traductor humano cuya lengua materna es el idioma de destino y cuyo cerebro y variado conocimiento se han aplicado al proceso de traducción, sin duda será mucho más seguro confiar en el contenido traducido.
  2. En todos los idiomas sin excepción hay palabras cuya definición cambia dependiendo del contexto en que se usan y lo que las precede o sigue en una oración. En una traducción existe una gran diferencia, por ejemplo, entre el sustantivo inglés «train» (que significa «tren») y el verbo «train» («entrenar»), o entre los significados de «trunk» en el Reino Unido («tronco») y en los EE. UU. («maletero»). El detallado entendimiento que posee un traductor del mundo que le rodea y su minuciosa comprensión de la gramática y la sintaxis le permiten seleccionar el significado correcto y adecuado del vocabulario o las frases en un contexto concreto. Por el contrario, las herramientas de traducción automática todavía no han depurado esta habilidad, lo que suele llevar a la aparición de términos sin sentido e incongruentes en medio de una oración, que despistan al lector.
  3. Como ya he mencionado, el propósito que persigue una traducción muchas veces va más allá de la transferencia sencilla y mecánica de información. En muchos contextos, queremos que nuestros lectores de idiomas extranjeros interactúen con nuestro contenido y mensaje, y que confíen en ellos. Para que esto ocurra, lo que leen tiene que estar tan bien escrito que crean que se escribió originalmente en su lengua. Un artículo académico traducido que esté lleno de usos del registro inadecuado y terminología imprecisa, por ejemplo, seguramente no se tomaría en serio, independientemente de la credibilidad de sus hallazgos. Del mismo modo, una campaña publicitaria poco atractiva y que no sonase natural probablemente disuadiría a un consumidor en potencia extranjero a la hora de comprar un producto concreto, a pesar de lo innovador e ingenioso que pueda ser el producto. Cada idioma tiene sus propias expresiones, formas de hablar y preferencias culturales, a las que un traductor humano es sensible pero Google Translate, en general, no.

Estas son solo tres de las numerosas razones por las que creo que los ordenadores aún no están listos para replicar totalmente el trabajo de los traductores humanos profesionales. Claro que Google Translate y otras herramientas de traducción automática pueden ser muy útiles y, a veces, apropiadas en situaciones concretas. Es más, nadie puede negar que en el siglo XXI los traductores humanos cada vez interactúan más frecuentemente con la tecnología de alto calibre para mejorar la eficiencia de sus flujos de trabajo. Aun así, la palabra clave aquí es «interacción». En efecto, las máquinas programadas pueden apoyarnos, ayudarnos e impulsarnos como traductores; no obstante, de momento (por lo menos) no pueden reemplazarnos.

About Siân Owen

Mánchester (Reino Unido), 1989. Licenciada en Filología Hispánica y Portuguesa por la Universidad de Cambridge y con un Máster en Traducción e Interpretación por la Universidad de Leeds. Ha vivido, estudiado y trabajado en varios lugares de Reino Unido, España y Portugal y actualmente reside en Ferrol (A Coruña), donde traduce e interpreta para englishpanish.

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